domingo, 2 de diciembre de 2012

Desactivar los proverbios

Bernard Fougéres
Si alguien te tira una piedra, empieza a construirle una casa; si no te lanza otras, se quedará sin casa: humor negro tal vez para invertir un famoso proverbio. El Antiguo Testamento está lleno de dichos que deben ser desactivados. La ley del talión sigue siendo terrorífica, leemos en Éxodo, capítulo 21, versículo 24: “Ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, píe por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, contusión por contusión”. Jesús, apóstol de la no violencia, predicará lo contrario en su sermón de la montaña: “Si alguien te abofeteare en la mejilla derecha preséntale también la otra”. Sin caer en tal extremo, la contestación a una injuria puede ser un disparo de ironía sin agresividad, una descarga de humor. Si alguien critica algo que escribimos, basta con decirle “gracias por leerme”. Por nuestra desdicha solemos escoger respuestas equivocadas, razón por la cual es tan fácil sacarnos de nuestras casillas. Tanto es así que los políticos saben salir a la palestra como si fuera cuadrilátero para pugilato. Los psiquiatras conocen aquel mecanismo de defensa que consiste en prestar a los demás nuestros propios defectos. 

Quien acusara a otro de estupro podría reprimir tendencias a la pedofilia pues sabemos que los homofóbicos suelen ocultar un subconsciente ambiguo. Quien tilda de ladrón a un adversario a lo mejor disimulará desfalcos, malversaciones, peculados, latrocinios. Cuando éramos niños contestábamos así la injuria: “el que lo dice lo es”. Equivocábamos ya la respuesta. Existe un proverbio menos conocido, siempre vigente: “Si aprietas el puño nadie podrá estrechar tu mano”. Es una pena que los esposos no puedan desdoblarse a la hora de la pelea: suelen comportarse como niños en crisis de regresión. Recuerdo otro dicho negativo: “No dejo nunca mi brazo a torcer”, frasecita susceptible de evocar otro pugilato: es la imposibilidad de reconocer un error, la testaruda decisión de no ceder una pulgada de terreno cuando muchas veces un te amo gritado con los ojos podría sellar la reconciliación. Una bronca conyugal no debería desbordarse de un día para el otro, salvando casos como la infidelidad mayúscula capaz de hacer tambalear el matrimonio o una ofensa excepcionalmente grave. 

Me pareció absurdo el eslogan de la película Love Story: “Amar es no tener nunca que pedir perdón”; me parece que amar es no tener nunca miedo de presentar disculpas. Si dos seres se quieren de verdad la fórmula mágica para detener una pelea conyugal puede ser “discúlpame, te amo”. Equivale a querer convertir una historia en amor y no el amor en una historia. Pienso que muchas veces deberíamos invertir las cosas así como dicen que el humor es el arte de llorar al revés. Creo en pecados vitales frente a unos considerados como mortales porque un pecado deja de serlo cuando se convierte en algo vital. Hubo una época en que todo lo sexual era sacrilegio: lamento que nuestro siglo adicto al consumismo haya eliminado del sexo su carácter sagrado y obviamente vital. Al querer negar a Dios sin tener valores para compensar se llegó a minar el concepto mismo de la civilización.