sábado, 25 de septiembre de 2010

Teresa, crucificada por amar

sábado 25 de septiembre del 2010

Cecilia Ansaldo Briones

Teresa, crucificada por amar
La mención de este nombre inmediatamente nos ubica frente a la gran carmelita española, la mística, la que moría por no morir. Pero no se trata de ella. Me encontré con esta otra Teresa poeta, por medio de la película titulada como esta columna. Y las imágenes concebidas por la novel directora Tatiana Gaviola se quedan cortas ante el caudal de una vida tan ambiciosa y desdichada como la de la joven chilena nacida en 1893.


¿Se estudiará la obra de Teresa Wilms Montt en las secundarias de Chile?, me he preguntado ante la información que hoy me sorprende por provenir de una existencia temeraria. Nacida en Valparaíso y perteneciente a una familia aristocrática, tempranamente se casó con un hombre de su elección; cultivó círculos literarios en Santiago y tuvo dos hijas. Eran los tiempos en que las prerrogativas masculinas –acción política, gusto por el alcohol y las aventuras– no podían estar al alcance de una mujer. Lo que era habitual en el marido –la infidelidad conyugal– fue un crimen en ella. Se la encerró en un convento. Se intentó suicidar. De ese confinamiento la sacó el auxilio del poeta Vicente Huidobro, con quien huyó a Buenos Aires.


Pero la mujer pasional era también madre. Con el corazón puesto en sus pequeñas, distantes, vino una etapa de gran desenvolvimiento social y literario. Consiguió admiración y rechazo al mismo tiempo por ser una mujer diferente. Un joven argentino, también herido de amor por ella, se mató frente a sus ojos. Viaja a Madrid, en París se reencuentra momentáneamente con sus hijas y no le permiten estar cerca de ellas. Dando vueltas en la vorágine del dolor y la insatisfacción por todo lo que la rodea, consume alcohol, calmantes, y una dosis excesiva de veronal (¿accidente?, ¿voluntad de morir?) la aniquila a los 28 años de edad.


Esta vida trágica tiene puntos de contacto con la de nuestra voz lírica Dolores Veintimilla de Galindo. La romántica quiteña –cincuenta años anterior a Teresa– también sufrió por amor –el abandono de su cónyuge late detrás de su poema Quejas, tan conocido–, fue criticada por sus inquietudes intelectuales y sofocada tan intensamente por la sociedad, que optó por la salida con mano propia.

Como es natural conozco toda la parva obra de Dolores, pero de la chilena solo fragmentos que circulan en la red. De ambas se levanta el grito de la condición femenina; ambas sintieron que sus apetencias espirituales –la libertad de vivir, el arte, la novedad– les estaban vedadas por el hecho de ser mujeres; sus talentos se vieron constreñidos, sus sensibilidades no resistieron el embate de sus épocas. La última carta de Dolores pide perdón a su madre y encarga a su niño; las palabras finales de Teresa, en su diario fueron: “Morir, después de haber sentido todo y no ser nada...".

Estos son hitos de la historia de las mujeres. Alguna vez alguien me preguntó por qué tenía que contarse una historia desde el género. Y la pregunta se podría desplazar a otros campos. ¿Cabe una historia de la raza negra, de cada pueblo indígena, de los descendientes de Abraham? Y la respuesta cae por su peso. En los relatos de las imposiciones del poder, no es lo mismo dar cuenta del ejercicio dominador que de las desgracias del dominado.


ALGUNOS VERSOS DE T.W. MONTT

***
...Es mi diario. Soy yo desconcertadamente desnuda, rebelde contra
todo lo establecido, grande entre lo pequeño, pequeña ante lo infinito...
Soy yo...

***
A pesar de que en mi alma se albergan lastimeras cuitas
se ilumina mi rostro al reír...
Maldigo y es de tal manera armónico el gesto de mis brazos en su
apóstrofe dolorido, que diríase que ellos se levantan a impulsos de una
fuerza extraña...,
¡Oh siglo agonizante de humanas vanidades! he cultivado un pedazo
de terreno fecundo, donde puedes desparramar las primeras simientes
destinadas a la Tierra Prometida.

***
Una campana impiadosa repite la hora y me hace comprender
que vivo, y me recuerda, también, que sufro".

***
Así desearía yo morir, como la luz de la lámpara sobre las cosas,
esparcida en sombras suaves y temblorosas.

***
...sabes mi trágica devoción a las leyendas
de príncipes encantados...
Sabes que una música melodiosa y un canto suave me hacían sollozar,
y que una palabra de afecto me hacía esclava de otra alma, y sabes, también,
que todo lo que soñé tuvo una realidad desgarradora.

***
Agonizando vivo y el mar está a mis pies/ y el firmamento coronando mis sienes

***
Nada tengo, nada dejo, nada pido.
Desnuda como nací me voy,
tan ignorante de lo que en el mundo había.
Sufrí y es el único bagaje que admite la barca que lleva al olvido.

***
Quiero que en sabia esencia, la Paz descienda sobre mí
y anegue generosa en frescura mi interior carcomido.