jueves, 16 de agosto de 2012

El talento de nuestros enemigos

Bernard Fougéres

Saber separar las simpatías o antipatías personales de nuestro juicios es superación que pocos saben alcanzar. No citaré la trillada frase de Voltaire, basta con recordar leyes elementales de sabiduría. Toda una vida no basta para saber mirar las cosas sin pasión aunque con entusiasmo pues aquella palabra derivada del griego (en-theous) habla de un arrebato divino dentro de nosotros. El político que sabe reconocer las virtudes de sus adversarios, además de ser un caballero, es un sabio. Confieso que después de haber entrevistado a más de mil personajes, el hecho de conocer de muy cerca a unos conociendo su familia, su casa, hasta su perro, no mermó mi admiración hacia quienes la habían despertado. La familiaridad nunca borra el respeto. No citaré nombres de figuras ecuatorianas incluyendo a simples ciudadanos que conquistaron mi simpatía por ser gentiles, corteses, esté o no de acuerdo con sus pensamientos o filiación política. Alberto Cortez es mi hermano, pero sigue siendo mi ídolo. 

No podemos impedir que ciertas personas nos tengan antipatía pero somos dueños de nuestros sentimientos hacia ellas. Lo importante es no odiar, no despreciar a quienes nos desvalorizan. Aquella enseñanza de poner la mejilla a quienes nos abofetean no resulta tan drástica como parece. Ciertas empleadas de casa pueden con su silencio ubicarse encima de quienes las desdeñan. Siempre recuerdo la contestación que dio con fría calma María Félix a un periodista que le preguntaba si era lesbiana: “Seguro que yo lo sería si todos los hombres fueran como usted”. Eso se llama elegancia en cualquier idioma. A la misma pregunta Marilyn Monroe respondió hace más de cincuenta años: “No hay sexo incorrecto cuando hay amor en él”. Es la respuesta de otra dama. 

No entiendo que se pueda odiar a quien hemos amado. Por eso sigo admirando a las parejas que conservan la amistad después de un divorcio guardando desde luego un margen de errores o silencio cuando hubo heridas difíciles de cicatrizar. Nada es tan hermoso como recordar a las personas que hemos amado aún si no prosperó nuestra unión por cualquier motivo. Cómo podríamos malograr nuestro juicio hacia una mujer a la que besamos, a la que escribimos, con la que compartimos intimidad. El silencio puede ser muestra de respeto, jamás debe ser condenatorio. Quien habla mal de las mujeres que ha amado es digno de lástima. 

Cada ser humano encontrado en el camino tiene virtudes y defectos; sabio es aquel que guarda el recuerdo de las cualidades, se muestra comprensivo frente a los errores. Aprendí mucho de quienes no pensaban como yo. El periodismo tal como lo concibo jamás debe llegar a ser visceral. Charles De Gaulle invitó a cenar en el Palacio del Eliseo a Henry Tissot, quien lo imitaba y se mofaba de él; también invitó al policía de tránsito que lo multó por andar a exceso de velocidad con su Citroën DS 21 en su pueblo natal. Cuando pregunté al famoso actor de Las Diabólicas, Paul Meurisse, si Edith Piaf era una gran actriz, me contestó: “El general Charles De Gaulle no tenía buena voz pero cuando entonaba La Marsellesa, toda Francia se estremecía”. Son respuestas de grandes señores.