miércoles, 20 de octubre de 2010

Münchausen, ha sido el mayor mentiroso patológico de la historia.

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Raúl Serrano

Seguramente el mentiroso más famoso del mundo sea "Pinocho", pero quien es reconocido como el más fantástico es el barón de Münchausen, por lo que hay un síndrome que lleva su nombre y que hace referencia a las mentiras como enfermedad.

Que alguien mienta puede no ser raro, todos lo hacemos de vez en cuando. Pero, si esto llega a hacerse hábito, la persona que lo padece puede experimentar una serie de problemas consigo mismo o con los demás. Es claro que este tipo de personas están inconformes con lo que son, quieren ser como otros modelos y se reinventan a sí mismos. Pero para cumplir con el objetivo requieren la aprobación de quienes le rodean, por eso buscan atraer la atención, por ejemplo, siendo divertidos haciendo gala de sus virtudes artísticas. Es así que realizan gesticulaciones, mueven constantemente las manos y modulan su voz. Igualmente para captar la atención hacen referencia a temas en los que no dan pie a preguntas o dudas por parte de los oyentes, pues si eso llegara a suceder podría poner en duda su credibilidad, algo inconcebible en un mentiroso compulsivo.

Una de las cualidades principales de este personaje es tener excelente memoria, a fin de recordar con precisión nombres, fechas y datos de los que ha echado mano para armar sus farsas. Es alguien que, de acuerdo a lo que dice, tiene contacto con grandes personalidades de la política, el ámbito social o el mundo del espectáculo, además de que estructura descomunales negocios con magnates internacionales y conoce los lugares más recónditos de cualquier país. Ese mundo irreal lo gratifica; le llena de gozo ser el centro de atención, y es así como desahoga sus problemas.

Algunos psicólogos atribuyen el aumento de mitómanos en el orbe al ambiente competitivo en el que se desarrollan. Por ello encuentran amplio caldo de cultivo entre vendedores, políticos, abogados o publicistas quienes, reconozcámoslo, utilizan sabiamente engaños y mentiras.

Los especialistas clasifican al mentiroso de acuerdo al motivo por el que actúa de tal modo. Es así que ubican a quien miente en forma de defensa ante una agresión, por supervivencia o interacción personal, aunque hay quien está enfermo de decir mentiras. Este último al parecer no tiene motivo aparente y encuentra en la falsedad y exageración una vía de escape a sus dificultades. Quien experimenta lo anterior sufre de una enfermedad llamada pseudología, y se ha comprobado científicamente que en verdad siente placer y es adicto a inventar, siendo marcadamente egocentrista; un ejemplo de ello es que es protagonista (entiéndase el héroe) de sus fantasías.

Estudiosos del tema en Chicago (Estados Unidos) refieren que las causas que motivan esta patología rozan los patrones hereditarios o experiencias mentales tempranas (como sexo precoz), e incluso toman en cuenta el género, pues se sabe que las mujeres tienden más a decir mentiras que los hombres. Indudablemente, quien quiere resolver este problema requiere la atención de un psicólogo.

¡Aguas!
Hay rasgos que nos permiten identificar a alguien que dice una mentira: suda, se ruboriza o tiembla más de lo normal, signos relacionados con la aceleración del ritmo cardiaco. No es nada raro que al hablar levante una ceja, se jale el cuello de la camisa y -si usted tiene la oportunidad- observe cómo se contraen sus pupilas y pestañea con más frecuencia de lo normal. Hay otros indicadores que evidenciarán a un mitómano, aunque son menos recurrentes, por ejemplo, miran constantemente hacia la derecha; eso resulta peculiar, pues cuando se evoca un recuerdo o se piensa qué decir es común que los ojos se dirijan hacia arriba o a la izquierda, pero cuando se está inventado se desvían al lado opuesto. Una característica más es que al decir algo que no es cierto se tocan la nariz, siendo en los niños más evidente, en tanto que los adultos suelen toser en ese momento. Observe también cómo evitan mostrar las palmas de las manos, porque si lo hicieran sería una clara muestra de honestidad.

Como se indicó líneas arriba, el barón de Münchausen ha sido el mayor mentiroso patológico de la historia, y por él se da nombre a un síndrome en el que el individuo dice experimentar síntomas de diversas enfermedades, que en realidad no existen, pero que no impiden que el mitómano visite todos los hospitales a su alcance para recibir atención médica. La diferencia con la hipocondría es que en ésta el doctor puede hacer una serie de preguntas que lo delatarán como mentiroso y le será prescrito un tratamiento que no causará daño ni beneficio, en tanto que quien padece síndrome de Münchausen es una persona muy inteligente y llena de recursos, pues aprende a imitar enfermedades y tiene un conocimiento avanzado de las prácticas médicas.

Se conocen casos de este tipo de enfermos que parecen extraídos de una película de suspenso. Por ejemplo, se sabe del padre que somete a presión a su hijo para que manifieste los síntomas de una enfermedad que no padece y lo lleva al médico con argumentos muy bien estructurados. Continúa con la farsa alterando muestras de orina y sangre del pequeño para su análisis clínico, con el solo objetivo de que el pequeño reciba atención, tanto por parte de un médico como por él mismo. Sobra decir que este es un grado de enfermedad muy avanzado.

El entorno en el que nos desenvolvemos seguramente está lleno de mentiras, o mentirosos. Lo que nos corresponde es identificarlos y no permitir que influyan en nuestro bienestar.

MITOMANÍA, MAQUILLAR LA REALIDAD.

Rafael Mejía

Quien miente de forma continua trata de ser más atractivo hacia los demás o de suplir carencias en distintas áreas de su vida, pero con el paso del tiempo sufrirá aislamiento por despertar desconfianza entre sus semejantes. ¿Hay solución a esto?

Hablar con la verdad es una cualidad muy valorada en nuestras relaciones afectivas, laborales, de estudio y hasta deportivas, ya que nos permite tener certidumbre y seguridad al compartir ideas, emociones, objetivos o recursos materiales. Por ello, no es extraño que la mentira sea mal vista socialmente, al igual que la tendencia de algunas personas a cambiar la realidad, llamada mitomanía.

Al respecto, el Dr. Sergio Arturo Escobedo Návar, especialista en salud mental adscrito al Hospital Psiquiátrico con Unidad Médica Familiar no. 10 del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), ubicado al sur de la Ciudad de México, explica a saludymedicinas.com.mx que “la palabra mitomanía tiene dos componentes: manía, que es la preocupación caprichosa por un tema o situación determinada, y mito, que es un relato donde hay partes de una realidad histórica y otras de leyenda”.

De forma específica, detalla que “hablamos de mitomanía cuando hay una conducta o comportamiento morboso en que se desfigura o cambia la realidad, ya sea engrandeciéndola o sustituyéndola por completo; se falsea la información de lo que se sabe o se cree, de forma reiterativa o crónica, a largo tiempo”.

En opinión del experto, que cuenta con estudios de Psicología y Psiquiatría, esta conducta surge por la incapacidad de lograr una madurez emocional, incluso neurológica, que impide a un individuo ubicarse en un marco de realidad.

Durante la infancia, indica, “hay etapas en que la fantasía es un elemento necesario, con el que se imagina o piensa, y que forma parte de la creación de la personalidad. Se puede jugar a ser superhéroe, a la casita o a cualquier cosa, y el pequeño busca ser protagonista, incluso se disfraza; empero, hay adultos cerca que dan sentido de realidad y le dicen: ‘no hagas esto’, ‘no toques ahí’, ‘no te avientes del ropero’. El mitómano podría ser como un niño que no logró esta madurez”.

No es que la fantasía se deseche por completo; al contrario, se conserva y es la que nos ayuda a crear, producir, imaginar qué vamos a estudiar o en qué trabajaremos. El problema del mitómano es que no hay un freno a esta actividad mental, y esto terminará por generarle alteraciones sociales por mentir a menudo.

“El ejemplo clásico es el de quien siempre habla de cosas materiales y apoyos que no tiene, exagerando elementos que a la gente le parecen incongruentes; un día da una versión de algo que le pasó, y otro día da otra. Entonces su capacidad de vinculación se deteriora, mete a la gente en problemas, y pierde credibilidad y confianza”.

Autorreconocimiento ausente
A lo anterior puede añadirse que la mitomanía tiene la peculiaridad de presentarse en personas autodevaluadas, con bajo nivel de estima o muy pretenciosas, y ello tiene una razón de ser, ligada al proceso de evolución individual.

Todo ser humano nace con cualidades que empieza a desarrollar desde el momento del alumbramiento; de hecho, refiere el Dr. Escobedo, el paso de la vida intrauterina al mundo externo supone importante inversión de energía y una lucha por adaptarse al nuevo medio.

Conforme se tiene mayor conciencia de la realidad externa “nos vamos dando cuenta de que no somos tan poderosos como creíamos ni somos de acero, y eso lleva a un cambio de dinámica, que es ya la búsqueda de la fortaleza en vez del manejo del poder. Esto duele porque se requiere sacrificio y abrir los ojos a muchas cosas desagradables, pero a cambio se tiene mayor contacto con el mundo”.

Desde este ángulo, la autodevaluación surge por la incapacidad de llevar a cabo este proceso de cambiar el poder por la fortaleza; es quedarse en medio, “en el limbo", no sentir seguridad en los recursos de uno mismo para afrontar la vida ni en las enseñanzas de padres y maestros.

La mitomanía, expresa el psicólogo y psiquiatra, “sería una entre muchas formas de enfrentar la autodevaluación. Ante la incapacidad de reconocer cualidades o recursos reales, se inventan, se hace una ficción para amedrentar al mundo y así reducir el temor que se siente por la realidad. El mitómano tiene una tendencia muy encubierta de una sensación de impotencia, de carencia”.

Más que enfermedad, manifestación
Escobedo Návar aclara que la mitomanía no se define propiamente como un padecimiento, sino que puede formar parte de varios trastornos, por ejemplo, los de la personalidad (en los que se dificulta la interacción social y hay problemas de adaptación a la realidad). También señala que aunque es probable observar niños y adolescentes con tendencia a decir mentiras, sólo es posible establecer el diagnóstico de estos problemas hasta los 18 años, cuando se consolida la madurez.

Así, refiere que “dentro de la gama de diagnósticos psiquiátricos en que se da la mitomanía existen los trastornos ficticios, que es donde encontramos fundamentalmente al mentiroso crónico. Son cuadros en los que, por ejemplo, se inventa alguna enfermedad y se trata de obtener algo a favor de esta situación. No es como en la somatización, donde hay síntomas físicos que son producto de una dinámica interna, sino que se busca una ganancia externa de forma conciente, como lograr incapacidades médicas”.

En otras personas la ganancia es interna. “Ocurre cuando hay una búsqueda de protagonismo o de igualar o suplir la imagen de una persona importante en su vida, a la que no se pudo sobrepasar, como una figura paterna con éxito que, al ser inalcanzable, el hijo la ‘empareja’ con ayuda de la mitomanía y siente alivio”.

Por su parte, “en el trastorno limítrofe de la personalidad, en el cual hay inestabilidad en la percepción de la propia imagen y una inconsistencia en varias áreas de la vida, decir mentiras puede ser parte de una búsqueda de equilibrio para disminuir la angustia”. De igual forma, puede presentarse en un paciente con tendencia paranoide, es decir, que tiene elevado grado de desconfianza hacia los demás, y por ello desfigura la idea de sí mismo, magnificándola y disfrazando su verdadera raíz cultural, de raza o económica.

En el trastorno narcisista, que se distingue por la percepción de que “todo lo bueno está dentro y lo malo fuera”, hay dificultad para vincularse de forma madura con los semejantes, por lo que el paciente piensa que todos los demás están a su servicio. La mitomanía también puede ocurrir en la esquizofrenia (dificultad para diferenciar entre experiencias reales e irreales, pensar de manera lógica y socializar), aunque no es su principal síntoma.

Con base en su experiencia, el experto refiere que “es común que traigan a consulta a niños por disminución de la atención o inquietud, y a veces los padres se quejan de que tienen tendencia a ser muy mentirosos. Ahí es parte de un cuadro, un dato más del que hay que ver la causa: problemas en el proceso de maduración, conflicto en el cambio de búsqueda del poder por la fortaleza o, incluso, una forma de tratar de bajar la ira de los padres”.

Solución ante el sufrimiento
El especialista en salud mental refiere que, salvo en el caso de infantes y adolescentes, que son llevados por sus padres, las personas con mitomanía acuden al psicólogo o psiquiatra porque su conducta les genera demasiados problemas. “Muchas veces el paciente está convencido de sus mentiras, y así es muy difícil que acuda al tratamiento; lo hace hasta que hay un ‘momento de quiebre’, cuando el choque constante con la realidad le hace sufrir por perder vínculos, una relación afectiva, y ya nadie quiere estar cerca de ellos”.

Abunda al respecto: “el mitómano tiene primero una fase de omnipotencia, en que dice muchas mentiras y piensa que todos le van a creer; posteriormente, llega una etapa de deterioro o caída del narcisismo mentiroso en que se presentan constantes contradicciones y ya nadie le creé; habla de su vida y no le hacen caso, no lo toman en cuenta para cosas importantes, no le dan responsabilidades, lo corren del trabajo y, en la familia, ya no puede hablar de ciertas cosas, le restringen el acceso a objetos o información. Se va cercando o acorralando, hasta que se relaciona con gente con grados de madurez y evolución muy bajos, inmiscuyéndose en situaciones de riesgo”.

En cuanto al tratamiento, explica que primero debe realizarse una fase de exploración del paciente, realizar algunas entrevistas antes del diagnóstico definitivo, de modo que la principal herramienta para revisar conductas y la vida del paciente es la palabra.

Al avanzar en la terapia, refiere, “lo que se hace, de acuerdo a mi sentir, es establecer una alianza de trabajo en la que se demuestra al paciente el costo que le está trayendo su enfermedad; se le debe hacer entender que hay cosas que ve muy normales, pero en realidad son expresiones del problema. Así continuamos, todavía sin profundizar demasiado, para que haya adherencia al tratamiento”.

Esto se debe a que “si se confronta al paciente en las primeras sesiones, sólo voy a lograr que se vaya. Los terapeutas necesitamos conversar e ir ‘tejiendo’ o enlazando cosas sobre su vida o que ha dicho, y ya que hay mayor alianza de trabajo, entonces se le puede hacer que aborde hechos más profundos, decirle cuándo ha mentido e interpretar la razón de esa conducta. El proceso es largo, pues se debe construir un nuevo aprendizaje en el paciente y un pensamiento analítico”.

También es importante ayudarle a percibir cuáles son sus herramientas y recursos para enfrentar la vida. “El paciente fluctúa entre las ambiciones que tiene y su talento; a veces tienen muchas aptitudes, pero sus metas son mínimas, o al revés. Devalúan sus capacidades, sobrevalúan las de otros, y por eso inventan o se atribuyen las ‘armas’ que ven en otros”.

Por último, el Dr. Sergio Arturo Escobedo acentúa: “Me parece fundamental que en estos casos o cualquier otro que genere sufrimiento y alteración de la vida social, familiar o escolar de una persona, pensemos que hay muchos recursos con qué enfrentarlos y ayudarnos a descubrir capacidades propias. En este sentido, siempre es muy útil acudir a un proceso psicoterapéutico”.

Mitomanía

Del griego mythos (mentira) y mania (modismo). Se define mitomanía como el trastorno psicológico consistente en mentir de forma patológica continuamente falseando la realidad y haciéndola más soportable; el mitómano sublima su impulso transformándolo en arte. El dramaturgo español Juan Ruiz de Alarcón expuso un modelo de esta patología en su obra La verdad sospechosa.
Tendencia morbosa a desfigurar, engrandeciendo la realidad de lo que se dice.
Con frecuencia, el enfermo, de carácter más bien paranoide, desfigura mentirosamente la propia idea que tiene de sí mismo, magnificándola (delirio de grandeza) o simplemente disfrazando unos humildes orígenes con mentiras de todo tipo, de forma que llega realmente a creerse su propia historia y se establece una gran distancia entre la imagen que tiene la persona de sí mismo y la imagen real. Muchos famosos (cantantes de pop, celebridades de diez minutos, etc.) han padecido esta dicotomía.
Si bien la mentira puede ser útil y es un comportamiento social frecuente, el mitómano se caracteriza por recurrir a esta conducta continuamente sin valorar las consecuencias, con tal de maquillar una realidad que considera inaceptable urdiendo todo tipo de sistemas delirantes. Esta característica está asociada a trastornos de personalidad graves y se puede relacionar con dos tipos de caracteres: por un lado, los necesitados de estimación, y por otro, los que sufren un trastorno de personalidad hipertímica, es decir, las personas que tienen un ánimo muy elevado (superficiales, frívolos, impacientes).
Algunos adolescentes padecen de este trastorno debido a su personalidad inestable. Es bueno señalar que esto mayormente se da en aquellos cuyos padres son excesivamente rígidos o exigentes con ellos.